lunes, 2 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 Días. Día 2.

En ese pueblo-ciudad, en el que de vez en cuando descansan grupos de aventureros, existen numerosos locales que les resultan interesantes, tanto a los habitantes como a los propios aventureros, aunque estos vayan de paso. ¿Qué local/edificio es el que está pasando por tu mente?


–Que viene uno. Agua. Agua.

El que acaba de hablar es Lassar Layam, ya sabéis, el tercero de mis compañeros de viajes. Lassar es humano, creemos. De raza, digo, porque en cuanto a su psicología lo tenemos clarín clarinete. O sea, que no, que un tipo que hace todo eso con las orejas y narices ajenas, y lo de despellejar orcos vivos, muy humano no puede ser. Aunque bien mirado, ¿quién de nosotros lo es?

Decía que el resto de nosotros creemos que es humano de raza porque si te paras a mirar resulta que tiene sus dos brazos y dos piernas, una cabeza, mide más o menos como yo y esas cosas. Pero, ah, cuidado, porque luego es verdad que tiene la piel negra a ratos, varias orejas y, claro, dudamos. Suyas, digo, las orejas, que no estoy pensando ahora en las ristras de orejas de otros paisanos que lleva colgadas en collares al cuello, sino en...

Joder, ¿qué más da, coño?

–No es uno, son dos –dice nuestro Archimago Bifurkehn–. Dejad que pasen de largo.Y tú, Stone, recita con la debida prestancia una sentida plegaria.
–¿Lo cualo? –pregunto.
–Que reces en voz alta. Estamos en un cementerio, ¿no? Hagamos como que hemos venido hasta este culo del mundo para hacer algo.
–Es que hemos venido a hacer algo –apunta el Señor Rikkaos (Kaos a secas), alzando la barbilla. Él siempre alza la barbilla al hablar. Cosas de enanos, supongo.
–Sí –dice el Archimago, asintiendo–. Pero no queremos que nos vean haciendo ese... algo.

Y supongo que tiene razón, así que me recompongo, escupo el tabaco de mascar, le paso al Señor Kaos (con disimulo) el pico que llevaba en la mano y hago en el aire un signo raro, así, improvisado, como hace la gente que cree en algún dios. Después me pongo a gritar chorradas.

–¡Descansa bien, amigo! Pronto nos encontraremos si… o sea, a ver, pronto lo que viene siendo pronto no. Cuando toque, que prisa no hay. Er… Tú nunca... er... ¡Nunca olvidaremos tus...! Tus...

Uno de los dos paseantes se detiene. Mira hacia el murete del cementerio, el lugar más importante de la aldeucha y en el que llevamos pensando sin cesar desde que llegáramos ayer; mira hacia los cipreses, hacia las caléndulas, hacia las tumbas. Yo sigo de reojo su deambular visual y, por un momento, siento cierta congoja.

Es un cementerio.


Un sitio ideal para una quedada rolera.
Eh, puedes gritar todo lo que quieras cuando te salga un 30 en el DCC, 
que los vecinos no se van a quejar.


O sea, estamos pisando por encima de un montón de hobbits muertos y secos como la mojama, ¿no? No sé, pensadlo, tiene su cosa, ¿no? Y luego está el imponente alcázar que corona la colina que se eleva en el centro, y los tres panteones de enmohecida piedra gris, y la gran sala donde estos tipos deben celebrar sus cosillas de hobbits. La tierra. Ah, la tierra. Húmeda y verde a causa de la terquedad de la jodida lluvia de estos lares, ésta es una tierra con poso, salpicada de granos de colores con forma de flores de las que esconden historias, risas, amores verdaderos y ardores no menos verdaderos. A lo lejos, bajo el cartel donde dice "Camposanto" hay una preciosa caja de donaciones confeccionada con evidente buena maña y vaciada hará cosa de media hora por Lassar Layam con no menos evidente buena maña. Éste es un lugar de reposo y de respetos, de paz y descanso. De recogimiento. De quiet…

–Ese enano de mierda me mira mal –digo.
–Un respeto –dice el Señor Kaos, haciéndose el ofendido–. Eso de ahí es un hobbit. A mi lado, un puto tapón de balsa. Y es normal que te mire mal, con la que liaste ayer noche en la posada.
–¡Fuss, bicho, fuss! –grita Lassar Layam hacia los hobbits agitando una mano. Los hobbits, que podrán ser bajos pero no tontos, se dan la vuelta y toman el camino hacia el pueblo a buen paso.
–Ya era hora –digo, tomando el pico de nuevo–. Con tanto lugareño rondando, aquí no hay quien saquee en paz, joder. ¿Qué tumba era la que...?
–Esa –dice Bifurkehn, señalando con desinterés una de tantas.
–Ok.

Y alzo el pico, una y otra vez, abriendo un hueco en la tierra donde poder introducir la palanca, despedazando una placa atornillada a la lápida donde decía algo como "Bolsón. Fui, vi, saqueé, y volví".

Un buen tipo ese Bolsón.

Uno de los nuestros. 

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